—Pues qué quieres que te diga, chico. Desde que mi mujer se ha comprado el libro este de las cincuenta Sombras de Grey, no me hace ni caso. Se queda absorta, ensimismada en la lectura, y solo se le escucha resoplar, jadear y suspirar. Sólo de vez en cuando levanta la vista y dice ¡…ay…! con la mirada perdida. De verdad, no sé qué hacer.
—Pues eso no es nada. ¡Peor es lo mío! Desde que compramos en latiendawapa estas cajoneras metálicas Grey para la cocina, en cinco tonos de grises, la mía se pasa el día absorta con sus sombras de la cajonera Grey. Y no le hacen falta cincuenta; con cinco tonos de gris le bastan. Se pone a mirarlas, acariciarlas y les dice cosas. Les suspira y hasta me parece que se estremece sólo con tocarlas. Se pasa más tiempo con ellas que conmigo. Y tampoco sé qué hacer.
—¿Pues sabes que te digo?
—Que a las mujeres no hay quien las entienda.
—Sí, eso también. Pero, ¿y si mientras pensamos qué hacer nos tomamos unas cervezas?
—Venga.
¡Ayyy… qué sabrán los hombres…!
Menos mal que nosotras sabemos apreciar la sutileza de las cosas, especialmente las sombras de Grey, o de grises, que no todo es blanco o negro. Menos mal que nosotras podemos apreciar la sensualidad, los matices, las curvas, la delicada escala de colores, las combinaciones…
Menos mal que estamos aquí para admirar la calidad de estos muebles auxiliares, lo bien que nos van a quedar en la cocina, en el baño, en la terraza o donde los pongas, por sus acabados, por sus brillos, por sus formas, con esos cajones sexys y fuertes, con ese metal brillante, firme y enhiesto y, ay, no sigo porque no veas cómo me estoy poniendo…
Pero que os voy a contar que no sepáis.
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