Estamos en Agosto, y si os fijais bien Agosto es el mes de los puffs. ¿Por qué? Muy sencillo: porque nos lo pasamos diciendo ¡puff! qué calor, ¡puff! vaya precio por una tapa de calamares, ¡puff! cuánta gente, ¡puff! ya me ha picado otra vez un tábano. Y así todo el mes.
Pero como ese tipo de puffs son muy cargantes, desesperantes y varias cosas más que acaban en ante, hoy vamos a hablar de los otros puffs. Los de sentarse. Esos seres bonitos, blanditos y de colores. No, no nos referimos a los Teletubbies. Los nuestros no llevan bolso.
Nuestros puffs, o pufes, o pufeses, que todo vale para entendernos, de los que ya os hemos hablado en otras entradas, son entes multicolores con superficie de polipiel, entrañas de esferovite y alma de colorido y diversión.
Son más camaleónicos que un concejal en una moción de censura: enseguida se adaptan a nuevos colores, formas y tamaños. Los hay pequeños para apoyar los pies, más grandes para apoyar el trasero, con forma de pera para apoyarlo todo, e incluso hay algunos a los que les gusta el fútbol.
Su decoración es tan variable que hasta la puedes diseñar tú a medida: ellos se adaptan y se dejan hacer sin quejarse. Simplemente, piensa tu idea de colores (cada costura, un color) y sacas el genio del diseño que llevas dentro.
Los puedes ver en la tienda haciendo clic en estas letras subrayadas.